Miedo. Graciela Cabal
Graciela Beatriz Cabal
Se destacó en la narrativa, cuentos y novelas, aunque ha desarrollado una importante labor ensayística, abordando temas relacionados con la educación, la lectura, la literatura infantil y juvenil y, especialmente, los condicionantes culturales de género que marcan las relaciones entre los seres humanos, en general, y en la escuela, en particular. Su mirada crítica e incisiva, tal vez apoyada en su conocimiento del espacio escolar porque se desempeñó como maestra de escuela por un largo tiempo, le permitió desnudar -con humor e ironía- estereotipos y rituales sociales. Con idéntica perspectiva ha escrito, para adultos y jóvenes.
MIEDO
Había una vez un chico que tenía miedo.
Miedo a la oscuridad, porque en la oscuridad crecen los monstruos.
Miedo a los ruidos fuertes, porque los ruidos fuertes te hacen agujeros en las
orejas.
Miedo a las personas altas, porque te aprietan para darte besos.
Miedo a las personas bajitas, porque te empujan para arrancarte los juguetes.
Mucho miedo tenía ese chico. Entonces, la mamá lo llevó al doctor. Y el doctor
le recetó al chico un jarabe para no tener miedo (amargo era el jarabe).
Pero al papá le pareció que mejor que el jarabe era un buen reto:
-iBasta de andar teniendo miedo, vos! - le dijo -. ¡Yo nunca tuve miedo cuando
era chico!
Pero al tío le pareció que mejor que el jarabe y el reto era una linda burla:
-¡La nena tiene miedo, la nena tiene miedo!
El chico seguía teniendo miedo. Miedo a la oscuridad, a los ruidos fuertes, a
las personas altas, a las personas bajitas. Y también a los jarabes amargos, a
los retos y a las burlas.
Mucho miedo seguía teniendo ese chico.
Un día el chico fue a la plaza. Con miedo fue, para darle el gusto a la mamá.
Llena de personas bajitas estaba la plaza. Y de persona altas.
El chico se sentó en un banco, al lado de la mamá. Y fue ahí que vio a una
persona bajita pero un poco alta que le estaba pegando a un perro con una rama.
Blanco y negro era el perro. Con manchitas. Muy flaco y muy sucio estaba el
perro. Y al chico le agarró una cosa acá, en el medio del ombligo.
Y entonces se levantó del banco y se fue al lado del perro. Y se quedó parado,
sin saber qué hacer. Muerto de miedo se quedó.
La persona alta pero un poco bajita lo miró al chico. Y después dijo algo y se
fue. Y el chico volvió al banco. Y el perro lo siguió al chico. Y se sentó al
lado.
-No es de nadie- dijo el chico -¿Lo llevamos?
-No- dijo la mamá.
-Sí- dijo el chico -. Lo llevamos.
En la casa la mamá lo bañó al perro. Pero el perro tenía hambre. El chico le
dio leche y un poco de polenta del mediodía. Pero el perro seguía teniendo
hambre. Mucha hambre tenía ese perro.
Entonces el perro fue y se comió todos los monstruos que estaban en la
oscuridad, y todos los ruidos fuertes que hacen agujeros en las orejas. Y como
todavía tenía hambre también se comió el jarabe amargo del doctor, los retos
del papá, las burlas del tío, los besos de las personas altas y los empujones
de las personas bajitas. Con la panza bien rellena, el perro se fue a dormir.
Debajo de la cama del chico se fue a dormir, por si quedaba algún monstruo.
Ahora el chico que tenía miedo no tiene más miedo. Tiene perro.
FIN
Miedo, de Graciela Beatríz Cabal. Ed. Sudamericana
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